EN EL UMBRAL DEL CAMBIO
(LA VIDA EN ESPAÑA DURANTE LA TRANSICIÓN)

Desde principios de los años 70, España bullía ante la posibilidad de un cambio político, que empezó a consolidarse a partir de la muerte de Franco en 1975. Desde ese momento, una sociedad española todavía muy rural y con un peso muy importante en el sector terciario, fue evolucionando con las recién llegadas libertades, tanto política como económicamente, sorteando intentos de involución como el fallido golpe de Tejero, hasta la consolidación definitiva de la democracia con el triunfo del partido socialista de Felipe González en 1982.

Durante todo este período, el fotógrafo Paco Elvira realizó un trabajo personal sobre la vida en este período de cambios, sin pararse en ningún acontecimiento en concreto, aprovechando el soporte de revistas como la ya desaparecida PRIMERA PLANA (dirigida por Manuel Vázquez Montalbán), INTERVIÚ en su primera época, y la agencia COVER y documentó con su cámara la vida en la España de aquél apasionante ciclo, principalmente en las áreas rurales más recónditas y en el extrarradio de alguna de las grandes ciudades.

Mineros asturianos, catalanes y extremeños, parados catalanes y andaluces, apariciones religiosas en Sant Vicent del Horts ( Cataluña) y Palmar de Troya ( Andalucía), pueblos perdidos de la Serranía de Ronda ( Andalucía), pueblos olvidados de Teruel, enfermos de la colza en Extremadura, reconversión de industrias como los Altos hornos de Sagunto ( Valencia), campesinos canarios, la presencia de la legión en Ceuta y Melilla, la represión en la universidad, las manifestaciones en Catalunya por el estatut de autonomía, el primer once de septiembre en Sant Boi, la extrema derecha, la huelga general y la represión en Málaga, el asalto al Banco Central de Barcelona, las elecciones generales de 1982…


La exposición fotográfica consta de 71 ampliaciones en papel baritado blanco y negro, montadas sobre foam y con perfiles de aluminio negro. 41 de un tamaño de 45x30 cm., 20 de 60x40cm y 10 de 100x70cm.

Las 41 fotos de tamaño 45x30 van agrupadas en 10 conjuntos de 4 (ver fotos , sobra una) con una separación de 50 cm entre fotos, por lo que la longitud de pared necesaria es de: 50 metros.

TEXTO DE CLEMENTE BERNAD

ENFERMEDAD PRODUCIDA POR EL ACEITE DE COLZA. EXTREMADURA 1981
ASTURIAS. MINA DE LA CAMOCHA 1978
BARCELONA. FUNERAL POR UN GUARDIA CIVIL. 1975


EN EL UMBRAL

CLEMENTE BERNAD

Me gusta la palabra umbral. Las palabras tienen el poder de crear mundos nuevos, de transportarnos a otros tiempos, de germinar sensaciones, recuerdos e ideas sin ningún límite. Las fotografías también poseen el mismo poder, porque nos hablan del pasado y de aquellos a quienes jamás volveremos a ver tal y como en ellas aparecen. Siembran nuestro mundo de recuerdos y melancolía, nos interrogan con crudeza acerca de nuestra identidad pero, a diferencia de las palabras, enmudecen ante el futuro.
Umbral sugiere frontera, rito de paso, abandono, pasado, futuro, metaformosis, muerte, renacimiento, viaje..., pero sobretodo sugiere ambigüedad, y es ahí donde crecen las imágenes de Paco Elvira en absoluta libertad. Los años en los que construye este trabajo son convulsos y era muy difícil orientarse a través de la niebla. Su elección sea probablemente la mejor y la que al cabo del tiempo equilibra más eficazmente oficio y mirada personal, es decir, autoría. Porque en aquellos tiempos en los que la dictadura parecía perder aliento, los jóvenes nacidos en ella debían tener una sólida formación humana para no dejarse arrastrar por las formas y, lo que es peor, por los contenidos del régimen. Fueron unos años especialmente intensos para cualquiera que se interesase por los estertores de un régimen militar y por las convulsiones que esto provocaba en toda la sociedad, con la incertidumbre de ignorar qué depararía el futuro. En esas circunstancias, la mayoría de fotógrafos que abanderaban cierto espíritu personal en sus trabajos se dedicaron a documentar con indudable esfuerzo toda una serie de ritos sociales que ellos creyeron en franca regresión (aunque más tarde han crecido con fuerza renovada, como son la multitud de rituales religiosos de todo pelaje y condición), pero olvidaron volver su mirada hacia algo mucho menos estético y tópico, como era la vida y la confusión de toda una sociedad ante los acontecimientos políticos que se desarrollaban.
Durante la guerra que habría de dar el poder a los militares golpistas, hubo fotógrafos que trabajaron de forma comprometida para documentar la lucha contra el fascismo, y ahí se forjaron los cimientos del fotoperiodismo moderno. Más tarde, el espíritu libre de esos profesionales se exilió o se ahogó en las negras aguas de la dictadura, en la que emergió otra forma de mirar, cautiva y servil, que tuvo entre otras consecuencias un resurgimiento patético del pictorialismo, decenas de años más tarde de su abandono como solución ética y estética, y en el que tras un criterio pretendidamente antropológico y costumbrista se escondía una mirada dentro de la más pura tradición nacionalsocialista. Las personas individuales, los seres humanos concretos se sustituían por generalizaciones mayestáticas que degradaban a la persona. El resto de fotógrafos sobrevivía como buenamente podía en un subdesarrollo lamentable, mientras en la cercana Europa florecía el reportaje fotográfico en sus años de máximo esplendor.
En los años cincuenta un fotógrafo norteamericano realizó un trabajo en Extremadura para la revista LIFE con el que pretendía denunciar las condiciones de vida lamentables que vivía la sociedad española en la posguerra. Su trabajo es una referencia en el periodismo y en la fotografía. Sin embargo, los fotógrafos españoles que beben de esa y de otras fuentes, y que retratan el mundo rural en los años del tardofranquismo, no parece que tengan nada que criticar. Al contrario, sus imágenes parecen animadas tan sólo por criterios estéticos y por un extraño afán por construir fotografías no contaminadas por la actualidad, como si fuesen a la búsqueda de algún santo grial o de cierta España eterna, lo que aún es peor. Así las cosas, mientras se lucha en las calles, en las universidades, en las fábricas, mientras se conspira en los cuarteles y las iglesias se llenan de contradicciones, mientras lo rural se metamorfosea y se busca –y se encuentra- una salida airosa para las gentes del régimen, muy pocas miradas fotográficas prestan atención a todo esto porque, como suele pensarse equivocadamente, parece que allá donde todo resulta tan cercano y banal no hay nada importante. Sin embargo Paco Elvira tuvo la resignación del profesional y la honestidad del fotógrafo comprometido. Pero también tuvo la sinceridad de la inocencia, propia de alguien a quien, como a toda su generación, se le hurtó la libertad. Esa inocencia fue la que le permitió mirar sin escrúpulos ni pretensiones absolutamente todo cuanto pasaba a su alrededor, sin pararse excesivamente en tal o cual cosa. Todo era demasiado importante y volátil. Y lo hizo desde la coartada más cándida y lógica: el trabajo profesional. Por eso sus imágenes nos resultan tan cercanas. Porque no tiene empacho en mostrar todo tipo de circunstancia y de mobiliario que puebla nuestros paisajes, a diferencia de quienes evitaban en sus imágenes automóviles, tendidos eléctricos o chimeneas de fábricas porque pensaban que las contaminaban de contemporaneidad.
Pero la mirada de Paco Elvira es una mirada personal, y eso diferencia radicalmente sus imágenes del estereotipo que distraídamente asignamos a las fotografías de aquellos años. Al mirarlas, tenemos la sensación de que no pasa nada especial, nada remarcable, aunque haya algo tremendamente familiar que nos atraiga. No encontramos las clásicas imágenes de movilizaciones obreras y estudiantiles, ni a los líderes antifranquistas, ni tantas y tantas claves que nos remiten inmediatamente a lo que alguien bautizó como transición. Pero están ahí. Y nos hablan de una manera tan sutil que, tras contemplarlas, nos invade cierta sensación de frío, de vacío, e incluso un gran desasosiego. Y si es así es porque consiguen reconstruir de alguna manera el carácter de aquellos años. La dureza del trabajo, la noche, la angustia del paro, la represión, la vida sencilla, los paisajes desolados, la emigración, la lucha, la ternura, el amor, la represión, la poesía, la resistencia, el aburrimiento, el fascismo, la enfermedad, las elecciones, el abandono, el dolor de la muerte, la represión. Un pequeño universo eficaz en su discurso porque nos habla de nosotros mismos, de lo que una vez fuimos en un tiempo que ya no volverá.
Libertad, decía. Palabra temible donde las haya. Perseguida, querida y violada por igual. Éstas imágenes se construyen en libertad porque nacen de la falta de libertad y porque hablan de libertad. A veces parecen ventanas transparentes hacia un pasado que se nos muestra triste y malgastado. Otras veces nos arrojan a un profundo pozo de oscurantismo en el que no queremos reconocernos, aunque una de las motivaciones de la fotografía sea esa, contar la historia, nuestra historia, nuestra vida aquí y ahora, para nosotros y para quienes vendrán, a pesar de que el pasado casi siempre esté lleno de errores y haya que acarrearlos con pesadumbre.
Seguimos en el umbral, ese lugar tan opaco. El problema es reconocerlo en medio de la niebla y de los discursos políticos y mediáticos que nos dicen otras cosas. Quizás el presente no sea tan diferente del pasado como se dice y sea necesario taparse bien los oídos para evitar los cantos de las sirenas del poder, que todo lo confunde. Por eso este trabajo no tiene fechas de inicio ni de final, porque cada uno le pone las suyas, y me temo que no son en absoluto las mismas para todos.



Clemente Bernad

ARTÍCULOS SOBRE LA EXPOSICIÓN

ALGUNAS DE LAS IMÁGENES DE LA EXPOSICIÓN


"EN EL UMBRAL DEL CAMBIO" EN SALAMANCA

"EN EL UMBRAL DEL CAMBIO" EN DONOSTI